Tenía más libros de los que yo había visto en toda mi vida: dos bibliotecas, dos habitaciones con las cuatro paredes llenas hasta el techo, y libros como el Apócrifo Esto-o-lo-Otro en diez volúmenes.
Puso óperas de Verdi e imitaba a los cantantes vestido con un pijama que tenía un gran roto en la espalda. Todo le imprtaba un comino. Es un gran erudito que andaba dando tumbos por los muelles de Nueva York con manuscritos musicales originales del siglo diecisiete bajo el brazo, chillando. Se arrastra por las calles como una gran araña. La excitación le salía por los ojos en llamaradas de luz diabólica. La cabeza le daba vueltas en éxtasis espasmódicos. Balbuceaba, se retorcía, se tiraba al suelo, gemía, aullaba, se echaba hacia atrás desesperado.
Apenas podía articular palabra debido a lo que le excitaba la vida. Dean estaba ante él con la cabeza inclinada, repitiendo una y otra vez:
- Sí ... sí ... sí ... - Me llevó a un rincón -. Este Rollo Creb es el más grande, el más maravilloso de todos. Es lo que trataba de decirte ... así es como quiero ser yo. Quiero ser como él. Nunca se queda colgado, va en todas direcciones, deja que todo vaya por sí mismo, sabe lo que es el tiempo, lo único que tiene que hacer es balancearse adelante y atrás. ¡Tío, es el acabóse! ¿Ves? Si haces lo mismo que él todo el tiempo lo habrás conseguido.
- ¿Conseguir qué?
- ¡ESO! ¡ESO! Te lo diré... pero ahora no tengo tiempo
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