La poesía lleva al mismo punto que todas las formas del erotismo; a la indistinción, a la confusión de objetos distintos. Nos conduce hacia la eternidad, nos conduce hacia la muerte y, por medio de la muerte, a la continuidad: la poesía es la eternidad. Es la mar, que se fue con el sol.
“Georges Bataille”
¡No puede ser que todavía escribas a mano!
La escritura a mano, al menos para mí, corrige parte de aquellas carencias sensoriales vinculadas al acto de escribir. Al atrapar entre los dedos la pluma o el lápiz usurpo, de alguna forma, el trono del escultor con su cincel y el del pintor con su pincel. Y al deslizarse la tinta por el papel puedo presumir de movimientos parecidos a los que provocan las incisiones del cirujano en la piel.
El trabajo se hace físico, sucio e incluso doloroso a medida que transcurre el tiempo: los dedos quedan marcados por la silueta de la pluma, el sudor pega la hoja a la palma de la mano, la muñeca es circundada por calambres y notas esa continua incomodidad que te hace cambiar de posición una y otra vez.
Hay vida y percibes cómo late el corazón debajo de las uñas. También hay riesgo. Procura no equivocarte. Busca que la empoción justa tenga la idea justa y que la idea justa, a su vez, se abalance sobre la palabra justa. Ve lento, no te equivoques. No tienes una tecla para borrar tus errores y tus tachaduras se te aparecerán como heridas que no sabes si han cicatrizado.
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